La directora, escritora y productora americana, Kathryn Bigelow, nunca ha sido muy fan de endulzar o suavizar la presentación de eventos reales en la pantalla grande. Ya sea mostrando el lado feo de lo que la guerra le hace a los que participan en ella y sobreviven (The Hurt Locker) o ya sea sobre el proceso oscuro de cómo un gobierno va tras un fugitivo con todo lo que tiene (Zero Dark Thirty), Bigelow nunca ha sido tímida a la hora de situarte en el medio del lado sucio de la moneda. Con su nuevo largometraje que estrena hoy, Detroit, la cineasta nuevamente busca ponerte incómodo, al presentarte una dramatización del incidente en el Algiers Motel durante el motín de la calle 12 en Detroit, 1967. Los sucesos reales resultaron en la muerte de tres hombres negros y las palizas de otras nueve personas (siete hombres negros y dos mujeres blancas).
Lo bueno…
Lo más sobresaliente del nuevo filme de Bigelow es lo relevante e importante que es. Ver como un acto tan horrible del pasado, sigue ocurriendo constantemente hoy día, da pena y enfurece. Con Detroit, la directora y compañía hacen tremendo trabajo de obligarte a darle cara a lo que sucedió en aquel motel. Bigelow toca temas extremadamente serios y relevantes como el abuso de la autoridad, el racismo y la brutalidad policial. Y lo hace, situándote en el Algiers Motel, con tus dos manos contra aquella pared. En tu cara y sin dejarte coger un respiro, Bigelow te pasa por el fuego sin pensarlo dos veces. Gracias a esto, Detroit se convierte en una experiencia psicológicamente inmersiva.
Y esto me lleva al extraordinario y horrible segundo acto. Horrible por los acontecimientos, pero extraordinario por la manera en que la directora lo maneja. Desde su ritmo, edición y actuaciones, el segundo acto es la mejor parte del filme. Durante su duración estamos en el eje del lamentable evento. Incómodo y angustioso, este segundo acto es una larga secuencia muy memorable – posiblemente de las mejores del año.
En el departamento de las actuaciones, todo el elenco logra muy buen trabajo. Compuesto mayormente de actores jóvenes y no famosos, el reparto sobrepasa las expectativas de uno. Actores relativamente desconocidos como Ben O’Toole y Hannah Murray impresionan en sus respectivos papeles secundarios, mientras que los más conocidos como Anthony Mackie y Jack Reynor, nos entregan el buen trabajo que ya esperamos de ellos. Ahora, quien realmente sobresale son John Boyega como el policía de seguridad privada Melvin Dismukes y Will Poulter como el despiadado policía racista Philip Krauss. El primero nos entrega una actuación restringida, silenciosa y sutil, yendo en paralelo con la situación en la que su personaje se mete por tratar de ayudar. Y el último, Poulter, se roba el show como el sádico líder de los acontecimientos de esa noche. Desde sus reacciones físicas y expresiones faciales, Poulter demuestra lo talentoso que es a la hora de presentar maldad en todo su apogeo. No me sorprendería que su nombre sea mencionado durante la próxima época de premios.
Cabe mencionar la buena música incluida en el filme. La compilación ecléctica de canciones de radio y la banda sonora del veterano James Newton Howard son una perfecta combinación para situarte en la época y establecer el tono de la historia. Desde música de The Dramatics, hasta canciones de Marvin Gaye y John Coltrane, la mezcla es una efectivamente nostálgica.
Lo malo…
Uno de los fallos inmediatos de la cinta lo es su introducción/prologo. En vez de apostar a una simple introducción tradicional de texto dejándonos saber exactamente lo que ha estado pasando o en donde quieren plantarnos, la directora decide por hacerlo mediante un montaje animado. Con esto, Bigelow presenta de donde viene escalando dicha tensión racial. Dicho ejercicio se siente forzado y fuera de lugar, al no estar a tono con el resto del filme. Honestamente era innecesario.
Otro aspecto negativo es el ritmo de la película. El mismo es bastante desbalanceado. El primer acto va a las millas, mientras que el segundo frena y dura lo que parece una eternidad. Y el tercer acto pues, dura demasiado. Este problema nace del guión de Mark Boal, que quiere hacer demasiadas cosas. El primer acto te presenta un sinnúmero de personajes y sus diferentes caminos, mientras que el tercero te presenta el resultado de los eventos para todos los envueltos. A veces puede ser demasiada información, y no presentada de la mejor manera.
En fin…
Detroit es cruda, poderosa y de tener la oportunidad, necesita ser vista lo antes posible. Kathryn Bigelow logra tremendo trabajo situándote en la época y en el eje de la tensión racial del momento – una no muy lejos de la que lamentablemente todavía vivimos hoy día. La película incluye un buen elenco dando tremendas actuaciones y excelente música de parte del soundtrack y banda sonora. Claustrofóbica y provocadora, Detroit es de eso filmes que te moverá de alguna manera. No importa quién eres y de donde vengas, el filme te sacudirá el alma.
Detroit estrena hoy en Fine Arts Miramar.